Muchas enfermedades modernas tienen orígenes
antiguos. No es difícil imaginar un remoto antepasado
nuestro que, luego de descubrir un modo eficaz y veloz de
dibujar un bisonte, llenara las cavernas de interminables
pinturas celebratorias con una infinidad de historias de caza
que poco tenían que ver con su real habilidad
de procurar el asado a su familia o a su tribu.
El síndrome de powerpoint es una
enfermedad conocida y bastante bien diagnosticada, no
sólo por brillantes autores satíricos como
Scott Adams, sino también por puntuales
análisis de eficiencia organizativa y de calidad de
las comunicaciones.
Hay quien lo define como disinfotainment. Hay quien
afirma que el modelo powerpoint ha empobrecido gravemente la
comunicación interna en las empresas. Hay quien, como
Sun, ha prohibido su uso desde su organización. etcetera,
En un artículo de Wired de setiembre de 2003
Power
Corrupts, PowerPoint Corrupts Absolutely Edward Tufte, un profesor
de Yale que ha escrito un libro sobre el tema, explica cómo ese tipo
de técnicas ha dañado y corrompido la comunicación
y los instrumentos cognitivos no solo en las empresas, sino también
en las escuelas.
(Hay también un artículo
PowerPoint
Makes You Dumb en el New York Times Magazine de
14 diciembre 2003).
El origen, naturalmente, precede por varios años
al uso de tecnologías electrónicas. Desde
tiempos inmemorables se usan carteles, diapositivas,
pizarrones, etcétera. Aun sin regresar a la edad de
piedra, a las máscaras y a las máquinas
escenográficas del teatro griego, o a otros infinitos
ejemplos en la historia, técnicas y siempre se usaron
recursos de toda especie para presentar o ilustrar una
situación, un proyecto, la calidad y las características
de una empresa, de un producto o de una idea.
Espléndidas pinturas y esculturas de todos los
tiempos, que con cuidado y placer conservamos en los museos,
nacieron como instrumentos para ilustrar un pensamiento, una
propuesta, una convicción o una opinión. Pero
casi ninguna de las presentaciones en powerpoint de nuestros
días merece ser expuestas como obra de arte o
incluso sólo como ejemplo de comunicación
especialmente brillante y funcional.
Hoy como entonces, mecanismos, síntesis visuales y
efectos especiales pueden ser usados en modo
inteligente y eficaz. Para concentrar la atención
sobre los puntos más importantes, para poner en
evidencia los datos más significativos, para valorizar
conceptos que una imagen puede expresar mejor que las
palabras. En suma, para explicarse mejor.
Pero también pueden servir, demasiado
fácilmente, para maquillar las informaciones o para
confundir las ideas.
Sabemos que los datos, balances, estadísticas,
tendencias, proyecciones y previsiones se pueden deformar de
infinitas maneras. Hace cincuenta años había
hecho un eficaz resumen sobre el tema Darrell Huff. Su
brillante librito How to Lie with Statistics salió
en 1954. Sigue siendo imprimido y tiene más actualidad
que nunca. Merecería ser un texto obligatorio no
sólo para quien hace investigaciones, sondeos o
estadísticas, sino también y sobre todo para
quien lee sus resultados y desea extraer alguna consecuencia
práctica, conocimiento científico o
enriquecimiento cultural.
Además de analizar con divertida claridad los mil
modos en que un dato puede ser falseado, intencionalmente o
por error, Huff explicaba también cómo se lo
puede maquillar en una presentación visual. Por
ejemplo la variación de un número puede ser
mostrada con imágenes bidimensionales en vez de
líneas o histogramas. La altura indica la cantidad,
pero la imagen es su cuadrado. Por lo tanto, si el dato que
se está presentando se aumentara un 40 por ciento, la
percepción visual indicaría que casi se ha duplicado.
El efecto puede ser acentuado posteriormente si en lugar
de una forma geométrica se propone una imagen como
el bisonte del precursor cavernícola. Si usamos, por
ejemplo, el dibujo de un animal para representar el aumento o
la disminución de una especie, o una vaca para indicar
la producción de leche, la percepción es
tridimensional. La vaca más grande puesta junto a una
más pequeña da la impresión de que no es
el cuadrado, sino el cubo de lo real.
¿Y cuando se habla de dinero? Se puede obtener
el mismo efecto. Basta mostrar monedas, cajas fuertes, bolsas de
oro u otras metáforas en lugar de simples indicadores
lineales. Este es sólo uno entre los infinitos
ejemplos sobre cómo una variedad de efectos puede ser
usada para acentuar o disminuir, valorizar u omitir,
cualquier tipo de datos y de informaciones.
La lista de efectos y trucos podría continuar
hasta el infinito. Y naturalmente se pueden producir
ilusiones perceptivas aún más fuertes cuando se
usan imágenes en movimiento.
Los recursos en sí no son ni sinceros ni
mentirosos. El resultado depende de cómo se usan. Una
presentación bien proyectada y realizada hace que la
explicación sea más eficaz e incisiva. Pero si
está intencionalmente maquillada puede ser la
fábrica de los engaños o, si no es realizada
con la necesaria atención, puede obtener efectos muy
diferentes de los deseados.
Por otra parte una presentación estandarizada es
peligrosa. Induce a seguir un camino predefinido, a aburrir
al auditorio o al interlocutor con el suministro obligatorio
de cosas que no le interesan, en vez de concentrarse en sus
intereses y en sus preguntas.
Una presentación eficaz requiere trabajo,
atención, competencia. Pruebas y verificaciones,
estudio de los modos expresivos más adecuados,
coherencia rigurosa y atenta entre los conceptos y el modo
más eficaz de expresarlos.
Aun cuando los recursos técnicos eran menos
fáciles y más costosos (en términos de
tiempo y dedicación, además de los gastos) se
cometían errores de todo tipo con resultados de
involuntaria comicidad, de peligrosa incomprensión, de
distracción o de tedio. Pero era un poco menos
probable que una presentación resultara mal realizada
porque la presentación era laboriosa,
requería cuidado y atención. Ahora, en cambio,
entra en juego la intoxicación de powerpoint.
Parece todo fácil. Un espectáculo vistoso
se puede poner en escena en pocas horas. La variedad de
jueguitos disponibles induce a excederse. El resultado es a
menudo desolador.
Los recursos ofrecidos por el software tienden a ser
siempre los mismos. Así, quien nos habla de un
problema complejo y sutil se asemeja a quien trata de
vendernos el más estúpido de los
adminículos. La monotonía de la apariencia
prevalece sobre la diversidad de los contenidos. La
abundancia de cosméticos y maquillajes es
desesperadamente repetitiva. El efecto se vuelve
fácilmente soporífero.
Vemos con frecuencia un presentador, prisionero de un
formato preestablecido, caer en desoladora vergüenza
frente a la más simple de las preguntas. Porque
está adiestrado para repetir, sin profundizarla, la
presentación hecha por algún otro. O porque, si
está el autor, se dejó llevar por el mecanismo
expositivo y perdió de vista la sustancia del tema.
La enfermedad se acentúa cuando, después de
un encuentro o un convenio, en vez de un docuento escrito, se
entrega o distribuye una copia de las diapositivas.
Es evidente que las síntesis o las imágenes destinadas
a acompañar una presentación verbal son una cosa
completamente distinta de un texto destinado a la lectura.
Pero la prisa, la costumbre, la sujeción pasiva a las
tecnologías inducen a usar instrumentos equivocados.
A menudo, de esa manera, la comunicación se vuelve
incomprensible (incluso cuando no es intencionalmente trucada).
Suceden cosas bizarras con la personalización.
Es muy fácil, con un software, sustituir un nombre o una identidad.
Demasiado fácil. Así una presentación o un
documento en la página 1 se dirige al señor
Pérez o a la sociedad García, que se ocupan de
libros, mientras en la página 12 se descubre que es un
refrito de cosas preparadas para alguien que vende automóviles.
El cuadro se complica, naturalmente, cuando se trata de
comunicación online. No sólo existen los que,
para mandar seis líneas de texto, envía un
adjunto en powerpoint de tres megabytes. Vemos incluso sitios
web (o sus partes) que son groseras transposiciones de cosas
preparadas para un propósito muy distinto. Existe
también ese mal crónico, ya tantas veces
diagnosticado, que es la prevalencia de la cosmética
sobre los contenidos.
Después de tantos años de discusiones y de
profundizaciones sobre la usabilidad, y sobre la importancia
de los contenidos, los mejores realizadores de sitios web
saben que hay que atender a la sustancia y no a la apariencia.
(Ver Larchitetto e il giardiniere
en italiano
o en inglés).
Pero a menudo quien encarga el trabajo es quien quiere
que las cosas se hagan mal. Porque no entiende la diferencia
entre la internet y la televisión o porque se
contagió la infección powerpoint o porque no
quiere dedicar recursos humanos para ofrecer contenidos
significativos y servicios útiles.
Y así siguen multiplicándose las latas
vacías, las apariencias sin sustancia. Cosa poco
aceptable en todo tipo de comunicación, pero
especialmente insensata en el caso de la red.
El mal de powerpoint, en suma, no concierne sólo
al uso de una tecnología en particular. Es una
contagiosa enfermedad cultural. La abundancia de los recursos
induce a la exageración y el facilismo. El culto de la
apariencia facilita las trampas. Debemos aprender a domar la
proliferación salvaje de los instrumentos expresivos
para reducirlos a la obediencia, al servicio de lo que
tenemos que decir siempre y cuando haya algo que de verdad
merezca ser dicho y explicado.