De ratas y hombres

Giancarlo Livraghi – diciembre 2011

traducción castellana de Pedro Fernández-Llebrez del Rey

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El título, obviamente, es copiado de una de las mejores novelas de John Steinbeck, Of Mice and Men (1937). Pero se trata de un tema totalmente diferente. Un artículo publicado en la revista Science el 9 de diciembre de 2011 Empathy and Pro-Social Behavior in Rats (“Empatía y comportamiento pro-social en ratas”) informó de los resultados de un experimento de tres neurobiólogos de la Universidad de Chicago, Inbal Ben-Ami Bartal, Jean Decety y Peggy Mason.

Esto también fue reportado en
Universidad de Chicago
Psychology Today
ScienceDirect

 
rats in love
“Rats in love” © Psychology Today
 

Sin subestimar la importancia de este experimento, de hecho, se trata más de una confirmación que de un nuevo descubrimiento.

Sabemos, y ha sido extensamente y repetidamente demostrado, que la cooperación, la responsabilidad social y la “empatía” son básicamente necesarias para la supervivencia de la humanidad. Y también para otras especies sociales – como los primates, más ampliamente los mamíferos (y también algún que otro “género”, como en el caso de las aves). Y, por supuesto, hay ejemplos relevantes de cooperación y entendimiento mutuo entre diferentes especies.

Una vez más, es sorprendente que alguien se sorprenda. La abundancia de la pruebas científicas y culturales no ha sido hasta ahora capaz de superar la persistencia de prejuicios absurdos, estúpidos y peligrosos. Es por eso que no me avergüenzo de mi obstinación en repetir hasta la saciedad un concepto básico tan frecuentemente ignorado.

En pocas palabras, no es verdad que la humanidad sea necesariamente mala o “pecaminosa” y que para hacernos menos bárbaros tenemos que ser disciplinados por las autoproclamadas “autoridades superiores”. Durante siglos, y milenios, esta falsedad, agresiva y organizada, ha sido el instrumento de oligarquías represivas y camarillas de poder – a menudo más corruptas que sus propias victimas. Y, en muchos casos y en un grado tremendamente superior, todavía se practica esta falsa idea.

A pesar de algunos exemplos trágicamente evidentes, no es verdad que los conflictos culturales, económicos, étnicos, raciales esten arraigados en la naturaleza humana y que la única manera de deshacerse de ellos sea prohibir, castigar y reprimir por la ley y la fuerza.

Hay, por desgracia, situaciones en las que los problemas son originados por la ignorancia o el miedo – y por lo tanto una aplicación de fuerza por parte de las autoridades pueda ser conveniente. Pero estas son medidas a “corto plazo”. Ineficaces si, con el tiempo, no se encuentran valores esenciales para el acuerdo, el entendimiento mutuo, la “empatía” – sin la cual ninguna cultura puede ser llamada “humana”, ni puede existir sin correr el riesgo de la autodestrucción.

Sobre la importancia vital de los valores sociales desde los orígenes
de la humanidad véase La evolución de la evolución (2006).

La antropología moderna nos está ayudando fechar las raíces de nuestro comportamiento 200.000 años atrás, si limitamos la definición de “humano” a nuestros parientes más cercanos. O un millón, quizá dos, cuando encontramos similitudes en el más antiguo “homo”. Aún más interesantes son los estudios que amplían este patrón evolutivo a los primates (es decir, 85 millones de años – o probablemente más) e incluso con evidencias que incluyen a los mamíferos (200 millones). Y hay buenas razones para creer que los avances de la investigación puedan ser capaces de rastrear las raíces más atrás aún (y lateralmente) en la evolución de la vida.

Hay algunas interesantes observaciones de Jeffrey S. Mogil (McGill University, Montreal) en su artículo The surprising emphatic abilities of rodents publicado en ScienceDirect el 27 de diciembre de 2011. El hecho en sí es que los resultados de estos estudios no son realmente “sorprendentes”, ya que se adaptan bien investigacines previas. Lo que los hace aún más interesantes.

Jeffrey Mogil explica así el problema. «Muchos piensan que empatía, simpatía y comportamiento pro-social son capacidades específicas del ser humano, que requieren de la teoría de la mente, el juicio moral y el aprendizaje cultural. La posibilidad de que alguno de estos fenómenos sociales pueda existir en otras especies que los primates superiores (y tal vez los delfines y los elefantes) se consideraba muy improbable hasta hace muy poco».

Todavía estamos en las primeras etapas del análisis científico de las consecuencias del experimento Bartal-Decety-Mason que, en palabras de Jeffrey Mogil, «ha proporcionado el primer paradigma sólido de comportamiento pro-social en las ratas».

Sin embargo, los prejuicios culturales se interponen en el camino. «De hecho estos experimentos son tan claros que uno podría preguntarse por qué hubo que esperar hasta el siglo 21 para descubrir estas habilidades en especies tan “inferiores” de mamíferos. Sospecho que la respuesta consiste en el temor a cometer el “pecado” científico de antropomorfismo. La ntroponegación es, sin embargo, un pecado igualmente grave».

También las implicaciones humanas están claramente definidas por Marc Bekoff en su artículo Empathic Rats and Ravishing Ravens publicado en Psychology Today el 8 de diciembre de 2011. Así es como se empieza. «Cualquier persona que se haya mantenido al día con lo último y más novedoso de la vida cognitiva, emocional y moral de los animales no humanos sabe que muchos animales no primates están mostrando capacidades intelectuales y emocionales que rivalizan con los de los grandes simios».

«En los últimos años» – explica Bekoff – «hemos aprendido mucho sobre la vida moral de los animales. Detallados estudios han demostrado que los ratones y pollos mostran empatía y ahora sabemos que las ratas también lo hacen».

«Muchos travajos están mostrando que los animales humanos y no humanos son inherentemente compasivos y empáticos y que realmente es muy fácil expandir la huella de la compasión».

En este contexto, Marc Bekoff refiere el siguiente comentario de Peggy Mason. «Cuando actuamos sin empatía estamos actuando en contra de nuestra herencia biológica. Si los seres humanos supieran escuchar y actuar más a menudo de acuerdo a su herencia biológica, nos iría mejor».

Marc Bekoff observa también que los hallazgos de la biología «advierten contra la tentación de sentirse “tan especiales” y presumir demasiado».

Si cambiamos la perspectiva de la biología a la historia, lo interesante es que por mucho tiempo, en varias etapas del desarrollo humano, no hubo una percepción tan fuerte de las diferencias entre el ser humano y otrascriaturas vivientes. No era cuestión de “antropomorfismo”, sino de formas de aprendizaje, de comprensión de las diferencias y similitudes, de amistad u hostilidad.

De hecho, se tardaron muchos miles de años para que la percepción de que estábamos ganando poder sobre el medio ambiente pudo transformarse en la ilusión de ser diferentes de todos los demás “animales” – y que fuimos “creados superiores” a la vida como un todo. Hace tan sólo quinientos años, hemos tenido que enfrentar el hecho de que nuestro planeta no es el centro del universo (y menos de 100 años atrás, que todo el sistema solar es un pequeño detalle en uno de los miles de millones de galaxias). Y hace 150 años que no estamos “creados divinamente”, sino que somos un fruto de la evolución, como todas las demás formas de vida.

A pesar de que todas las personas vivas hoy en día nacieron cuando antiguas “visiones del mundo” astronómicas y biológicas habían perdido todo su significado, algunas partes de la cultura humana siguen encontrando dificultades para adaptarse. Uno de los resultados mas desalentadores es el prejuicio y la arrogancia que suscita la aceptación del hecho crucial de que la empatía y el “comportamiento pro-social” son una parte esencial de la naturaleza humana – y que están muy profundamente arraigados en la evolución.


Empatía

Una de las cosas que estoy aprendiendo en mis cavilaciones sobre estos estudios del comportamiento es que durante muchos años me he equivocado en no usar nunca la palabra “empatía”. El concepto está en un montón de cosas que he escrito, pero no la palabra en sí. Me pregunto por qué – tal vez pensé que podría ser demasiado “técnica”, una definición científica en psicología.

De todos modos, ahora entiendo que vale la pena usarla, ya que define un valor importante (instintivo, así como intencional) profundamente arraigado en la cultura humana.

También va más allá de distinciones de especies, porque de hecho hay posibles relaciones “empaticas” verificadas entre animales de diferentes especies – o, más ampliamente, entre seres vivos. (No se trata exactamente de “simbiosis”, sino del conocimiento e intercambio activo de sentimientos emocionales y de conducta deliberada).

La empatía no es sólo agradable, relajante, confortante y enriquecedora. También es muy útil. Puede evitar, reducir o resolver conflictos Y generar un terreno fértil para la comprensión y la cooperación.

Esto no implica la abolición de la antipatía. Por supuesto la antipatía es una estupidez cuando es generada por la ignorancia, la incomprensión y los prejuicios (como suele suceder). Pero hay situaciones en las que una sensación de antipatía se justifica (o, en todo caso, es inevitable). Sin entrar en discusiones y conflictos inútiles o excesivos, tiene sentido mantenerse lo más lejos posible de personas, ambientes y conductas que nos hacen sentir incómodos – o que no nos gustan.

Podemos encontrar valores de empatía donde y cuando menos lo esperamos. Sin esperar demasiado y demasiadas veces, siempre es agradable (a veces muy útil) descubrir tal vez pequeños, pero alentadores, “tesoros escondidos”.
 

*   *   *

En el lado oscuro, la falta de empatía es una grave enfermedad. Las personas que sufren patologías del comportamiento muy peligrosas y enormemente perjudiciales se definen por neuropsicólogos «no como criminales violentos, sino como psicópatas que tienen una condición que les impide sentir empatía humana normal».

Este síndrome se identifica específicamente con el mal funcionamiento de los sistemas de poder y de gestión empresarial – especialmente los juegos de azar en el mundo financiero provocando la “crisis económica”.

(Véase ¿Es una enfermedad mental? al final de Había una vez el mercado).

Un periódico italiano publicó que Jean Decety, autor del experimento “empatía de las ratas”, también es muy consciente de las implicaciones humanas. Él alude particularmente a una declaración de Barack Obama el 11 de agosto de 2006, dos años y medio antes de ser presidente de los Estados Unidos.

«Se habla mucho en este país del déficit federal. Pero creo que deberíamos hablar más sobre nuestro déficit de empatía – la habilidad de ponernos en lugar de otra persona, para ver el mundo a través de los ojos de aquellos que son diferentes de nosotros – el niño que tiene hambre, el trabajador que ha sido despedido, la familia que perdió toda la vida que construimos juntos cuando vino la tormenta a la ciudad. Cuando se piensa así – cuando decidimos ampliar nuestro ámbito de preocupación y empatizar con el sufrimiento de los demás, sean amigos o extraños distantes – se hace más difícil no actuar, más duro no ayudar».

Cinco años más tarde, mientras que Barack Obama se prepara para una nueva campaña electoral, estas sabias palabras suenan como una seria advertencia para los sistemas de poder que parecen haber perdido la cabeza a escala mundial.

Hay una necesidad urgente de poner las necesidades humanas y sociales donde deben estar: por encima de cualquier consideración económica o financiera. He estado escribiendo acerca de esto durante años, pero nunca se repite lo suficiente. Como otras veces, el poder sin control está en manos de una pandilla de psicópatas dementes, patológicamente privados de empatía.

Por supuesto, tales destructivas mutaciones pueden ocurrir en las complejidades de la evolución. Sin embargo, el sistema inmunológico de la humanidad parece estar torpemente paralizado por la absurda, y potencialmente suicida, aquiescencia.

Estamos frente a uno de los efectos más dramáticos del poder de la estupidez – y de la estupidez del poder. En una escala mayor que nunca antes en la historia.

Sería interesante que, al menos en una simulación experimental, los maníacos gobernantes fueran reemplazados por ratas cuidadosamente seleccionadas por la Universidad de Chicago – las mejores en el comportamiento empático.

O que los psicópatas que dominan el mundo fueran encerrados en un manicomio para estudiar su demencia y tratar de desarrollar una terapia.

Pero la necesidad práctica urgente es recuperar los valores de la empatía que son necesarios para la supervivencia de la humanidad.

La advertencia, que estaba tan clara en las palabras del futuro presidente antes que la “crisis” explotara y alcanzara la magnitud de hoy, debe ahora ser un compromiso riguroso para todos los gobiernos y los sistemas de poder en todo el mundo. Y un criterio básico para los ciudadanos a la hora de elegir quién merece su confianza.

¿O queremos entregar a las ratas la tarea de la gestión de este planeta?



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