¿Existe una definición
de la estupidez?

Giancarlo Livraghi – octubre 2010

Traducción castellana de Pedro Fernández-Llebrez del Rey

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Solamente algunos pocos lectores (de los muchos que han comentado mi libro, El Poder de la Estupidez) se percataron de que, en realidad, no ofrezco una “definición” de estupidez. La mayoría de ellos no se dieron cuenta – o, si se dieron, no se preocuparon demasiado. El caso es que así es: deliberadamente evito una definición formal del término.

Tengo el convencimiento de que se puede ser bastante preciso sobre el tema discutiendo simplemente sobre lo que la estupidez no es – y como se relaciona con otros comportamientos. También podemos debatir sobre su modo de obrar, su funcionamiento, la naturaleza de sus causas y efectos, los modos en que puede ser entendida y la manera de evitar o reducir su nefasta influencia.

La indefinición no es un hecho tan infrecuente como pueda parecer. Ocurre en multitud de casos que suponen verdaderos avances de la filosofía y de la ciencia. Por ejemplo, la física no trata de lo que “son” (algo que nadie parece saber) muchas de las “partículas” o “fuerzas”, etcétera que estudia, sino de los modos que tienen de relacionarse mutuamente (y con el observador) en un ambiente espacio-temporal multidimensional complejo y eternamente cambiante.

Si algo tiene pinta de difícil es porque probablemente lo sea. En realidad, las cosas son inherentemente simples – aquí y en las más remotas galaxias. Pero entender de qué modo son simples no es tarea fácil. Especialmente cuando partimos de un punto de vista (inevitablemente) antropocéntrico – o desde la perspectiva miope de nuestro barrio mental.

Volviendo a la cuestión que nos interesa ahora: ¿cómo podemos definir la estupidez? La mejor respuesta que conozco está en la introducción de la obra Understanding Stupidity (“Entender la estupidez”) de James Welles.

Su definición para la estupidez es: «la corrupción aprendida del aprendizaje». Y así es como explica el “mecanismo”.

«La estupidez es un proceso normal de aprendizaje disfuncional que ocurre cuando un esquema diseñado sobre prejuicios lingüísticos y normas sociales actúa mediante la paradoja neurótica y establece un sistema de retroalimentación positiva que conduce a conductas mal adaptadas o excesivas».

¿Es una buena definición? Yo creo que sí. En cualquier caso es la mejor que yo haya leído u oído. Sin embargo nos sugiere algunas preguntas. ¿Cómo puede algo ser “normal” y “disfuncional” al mismo tiempo? En realidad, una de las peculiaridades de la estupidez es ésta.

No se trata de una enfermedad, una patología o una debilidad de algunos individuos (o grupos o categorías de personas) que podríamos denominar “estúpidos” (frecuentemente, el problema, mas que su presunta estupidez, es nuestra incapacidad para entenderlos).

(Otra manera brillante de identificar la estupidez es la “Tercera Ley” de Carlo Cipolla – ver el capítulo 7 de El Poder de la Estupidez). Pero dicha ley trata de lo que la estupidez hace, no de lo que es en sí).

Para entender la estupidez, lo primero (y en cierto modo embarazoso) que tenemos que aprender es que forma parte de la naturaleza humana. Y, en general, de cualquier forma de vida. Como James Welles observa en otra parte de su libro «La estupidez es una incongruencia inherente a la vida. Los humanos la han desarrollado, expandido y promovido».

Lo mismo lo explica Douglas Adams de un modo algo diferente. «Los seres humanos, que son casi únicos por poseer la capacidad de aprender de la experiencia ajena, también son notorios por su repugnancia a hacerlo».

El necesario punto de partida es tan simple como ignorado: todos somos estúpidos, de una manera u otra. Mientras no seamos capaces de entender nuestra propia estupidez no podremos soportar la de los demás.

La “paradoja neurótica” tiene su origen en el propio significado ambiguo de “neurosis”. Un estado que, generalmente, se percibe como una enfermedad y que, de hecho, se trata como tal. Pero la realidad es que todas las personas “normales” son, en alguna medida, “neuróticas”.

Si no entendemos que la estupidez forma parte de la naturaleza humana (y mas ampliamente de todos los seres vivos) podríamos pasar toda nuestra vida bajo tratamiento psiquiátrico (o peor aún, consumiendo medicinas) que realmente no necesitamos (algunos, de hecho, lo hacen así aunque raramente les hace sentirse mejores).

No se trata trivialmente de “acostumbrarse a vivir con ello”. La cuestión es, de nuevo, entenderlo. Y no hay mejor modo que escuchar y aprender.

Sin embargo, como explica James Welles, la estupidez también puede definirse como «un proceso común por el que el aprendizaje corrompe al aprendizaje ... démonos cuenta de que la estupidez usualmente se presenta mediante dos funciones interactivas de la psique humana – la engañosa inhabilidad para reunir y procesar información de una manera precisa y nuestra neurótica inhabilidad para adaptar el comportamiento a las contingencias ambientales».

Por tanto se trata de un “proceso común”, no de una enfermedad. Y si no lo entendemos así, nos crearemos problemas innecesarios.

«En un contexto epistemológico, la estupidez es un fallo para reunir y usar la información eficientemente y, por tanto, es instigada y ayudada constantemente por el auto-engaño. Tradicionalmente, el auto-engaño ha sido considerado solamente en términos de uso y abuso de información presente en un sistema cognitivo – esto es, una persona debería “saber” algo para engañarse a sí mismo al respecto. Sin embargo, debemos reconocer también como autoengaño (es decir, engañoso) y, por lo general, estúpido rechazar nueva información relevante sobre asuntos de importancia».

Desafortunadamente, estamos “sobrecargados” de información confusa y casi siempre irrelevante. “Demasiada” información es, desde luego, mejor que “insuficiente” información, pero el problema es que ambos sucesos acontecen simultáneamente. En este maremagnum se va haciendo cada vez más difícil distinguir lo realmente importante de lo superficial.

«Por tanto, cuando consideramos las relaciones entre estupidez, conocimiento y procesamiento de informaciones, es imperativo distinguir entre dos fenómenos relacionados: “agnosticismo” e “ignorancia”. Ambas palabras pueden usarse para denominar una condición de “no conocimiento”, pero describen diferentes modos de mantener de dicha condición. El agnosticismo puro e inocente no es realmente estupidez, puesto que no refleja una inhabilidad o una falta de deseo por el aprendizaje».

El otro lado de la moneda es que a pesar del (o quizás por el) desorden, la información apropiada puede ser (o parecer) inalcanzable.

«El agnosticismo es un estado de conocimiento en el que la información no está disponible o es físicamente inaccesible para un individuo o una organización. Los datos esenciales simplemente no están presentes en el medio de una forma discernible para los aparatos sensoriales de los sistemas vivos (personas, grupos). Por ejemplo, los humanos somos incapaces de ver la luz ultravioleta y las radiaciones infrarrojas, por lo que somos agnósticos (mas que estúpidos o ignorantes) para tales estímulos ambientales».

Tampoco es ésta una razón para darse por vencido. Hay un montón de cosas que estamos aprendiendo gracias al uso de instrumentos que sí pueden detectar las frecuencias invisibles para el ojo humano. Y de hecho estamos usando estas “ondas invisibles” para muchos propósitos, incluidas las comunicaciones.

La información que “no parece estar disponible” raramente es “imposible” de encontrar. Si podemos hacer una descripción científicamente seria de un planeta remoto que no podemos ver, simplemente observando lo que acontece a su alrededor, podremos, igualmente, hacer asunciones útiles sobre todo tipo de cosas que aparentan ser “desconocidas”, pero que se pueden relacionar con algo que sí sabemos – y bastante bien. Podemos analizarlas cada vez que recibimos información, que sólo aparentemente no está relacionada pero que puede ayudarnos a establecer una diferente perspectiva.

Podemos ver las cosas desde un ángulo diferente. Y por tanto confirmar nuestras hipótesis – o mejorarlas, o abandonarlas porque así podemos desarrollar otra mejor.

«Por otra parte la ignorancia, normalmente indica cierto grado de estupidez, puesto que, en este caso, los datos importantes sí están presentes y son deducibles pero son ignorados. Pero no siempre la ignorancia supone estupidez – y la razón es que algunas informaciones podrían dañar seriamente sistemas psicosociales preexistentes en los que la exclusión a la penetración de nuevo conocimiento puede ser un carácter de alguna manera adaptativo”.

«Es un proceso realmente bastante complejo ya que un estímulo debe ser, al menos, percibido superficialmente (es decir, escrutado) antes de ser rechazado por el sistema como amenaza para las creencias o “los esquemas” arraigados. Por tanto, la motivación podría jugar un papel en la ignorancia si a alguna información importante y disponible se le impidiera formar “parte del sistema” (es decir, aceptada e incorporada en el programa de conocimientos)».

«Esto suele ocurrir cuando una persona cree que aprender mas sobre una materia en particular puede forzarle a sufrir la experiencia mas traumática y terrorífica de lo que uno puede llegar a soportar – se vería obligado a cambiar su mente».

El “miedo al conocimiento” es una de las mayores (y más peligrosas) causas de la ignorancia – y de la estupidez. Darse cuenta de que algo no es tal y como lo creemos es ciertamente incómodo. Pero, para los que nos gusta el ejercicio mental, puede resultar excitante, atractivo y agradable. También bastante divertido e “iluminador”.

Como solía decir Mark Twain «No es lo que no sabes lo que te causa problemas. Es lo que sabes con certeza y no es así». Descubrir qué es lo que “no es así” no tiene porque ser doloroso. Por el contrario, puede (y debería) ser bastante interesante y alentador. Para todos nosotros es bueno “tener el hábito” de cambiar nuestras mentes, o aprender algo que no sabíamos o – al menos – tener dudas. Y es un modo adecuado y divertido de aprender y de expandir nuestros horizontes.

A menudo me pregunto a mi mismo “¿Qué he aprendido hoy?” y si el día ha pasado sin ningún descubrimiento – grande o pequeño – o sin nada que me estimule a pensar, me siento mal por haber perdido la oportunidad de encontrar algo que seguramente estaba a mi alcance, en algún lugar, pero que no he notado.

La duda no es el problema, es la herramienta. Voltaire dijo «La duda es incómoda; la certeza, ridícula». Bertrand Russell «El problema del mundo es que los estúpidos tienen una seguridad pasmosa y los inteligentes rebosan de dudas». Dante Alighieri «No menos que saber, dudar me gusta». Galileo Galilei «La duda engendra la invención». Milan Kundera «La estupidez nace de tener una respuesta para todo; la sabiduría, de tener una pregunta para todo».

El conocimiento es un recurso básico, pero su abundancia puede confundirnos. Vemos, en este sentido, otra cita de James Welles.

«En general “saber es bueno” sin embargo, una gran cantidad de conocimiento puede llegar a paralizarnos. La gente debe encontrar una solución de compromiso tanto para la cantidad como para la calidad de la información que recibe. Inmersos en la pesadilla de la “nueva era” (TMI, too much info “demasiada información”) las personas se limitan a sí mismos mediante la especialización – sacrificando amplitud por profundidad y contentándose con saber algo de casi nada. En términos de calidad de información la gente se envilece por tal de alcanzar lo que consideran que debe ser su nivel – y sacrifican valor por atractivo, y aceptan cualquier cosa que sea adecuada a sus propósitos lo que, a menudo, lleva a la contra-información – es decir, mala-información. Desafortunadamente, las soluciones de compromiso no solamente no protegen a la gente de la sobredosis de trivialidad sino que los mantienen alejados del verdadero conocimiento que mueve su mundo».

La especialización puede llegar a convertirse en una enfermedad. Por descontado que es conveniente profundizar lo suficiente en cualquier tipo de tarea, estudio o empresa. Pero la “superespecialización” conduce a la pérdida de perspectivas mas amplias y a la miopía mental, si no a la ceguera.

Un antiguo e irónico aforismo sobre los progresos en cualquier actividad nos dice que el máximo de especialización es “saber todo de nada” mientras que la mayor generalización (típicamente al vértice de una organización o empresa) conduce a “saber nada de todo”. Es evidente que las dos son diferentes formas de estupidez.

El problema de la estupidez (y de la inteligencia) está conectado básicamente con la información, la comunicación y, en suma, el conocimiento. Las herramientas básicas son la atención, la curiosidad y la duda. Pueden (y deben) ser cultivadas, promovidas y disfrutadas.

No deberíamos ver el aprendizaje como una mera tarea. Es también un placer para los gustos refinados. Y, igual que con la buena comida, aún es mejor cuando es compartido.




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