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Elogio de la lentitud

Articulo de Giancarlo Livraghi gian@gandalf.it
en Il mercante in rete – 10 noviembre 2000

Traducción de María Copani mcopani@sion.com y Pino Laurenza lauren@uni.net
publicada en Puntonet el 2 diciembre 2000


 
 

Un antiguo proverbio dice “chi va piano va sano e va lontano” (“quien va despacio va lejos y va sano”). Creo que nació en un mundo antiguo y agrícola, donde el tiempo estaba dictado por el ciclo de las estaciones. Para los campesiones el único medio de transporte eran los pies; y quien podía disponer de un caballo o de una carroza tampoco iba muy lejos, respecto a lo que podemos hacer hoy, y le tomaba una infinidad de tiempo. El trabajo en los campos era pesado. El horario era “del alba al crepúsculo”, seis días a la semana (si es que descansaban los domingos). Un poco menos pesado en el frío del invierno, cuando hasta las plantas descansan; agotador en verano. ¿Podemos o deseamos regresar a esa era bucólica? Creo que no. Pero no es un buen motivo para vivir obsesionados por la prisa.

Mientras escribo estas líneas, se está esperando el resultado de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. “L’America è senza presidente” (“Los Estados Unidos no tienen presidente”), titula a página completa el diario italiano Corriere della Sera. No es verdad. El presidente en funciones durará hasta mitad de enero. Un día, o tres, o diez de retraso no tienen la más mínima importancia. Y sin embargo andan diciendo que “todo el mundo está con el aliento suspendido”. ¿Por qué deberíamos infligirnos esta inútil apnea si no es por el hecho de que estamos habituados a fabricar urgencias inexistentes?

Oigo repetir afirmaciones que me dejan muy perplejo. En base a la siempre citada Ley de Moore, la potencia de los microprocesadores se duplica cada 18 meses. Creo que es cierto, y desde un punto de vista técnico es fascinante. Pero el provecho que se obtiene es muy discutible. Alguien dice que un automóvil, en cien años, ha duplicado y triplicado su velocidad, mientras una computadora la duplica en un año y medio. Ergo la “nueva economía” es más veloz. Un razonamiento de este tipo no resiste un mínimo de análisis. Es técnicamente posible hacer propulsores que hacen volar un avión a miles de kilómetros por hora y que lanzan un cohete más allá de los límites orbitales. Pero no tendría sentido alguno hacer andar un automóvil a esa velocidad. No resistiría el medio físico (ruedas, frenos, estructura) y sobre todo nadie lograría manejarlo.

La potencia de los procesadores ha sobrepasado enormemente la utilidad que puede obtener de él un usuario. Sistemas cada vez más poderosos y veloces pueden ser útiles para grandes máquinas con tareas complejas, pero no sirven para las “personal computers”. Y sabemos que la potencia de la red, es decir de los sistemas de conexión, se ha vuelto mucho más importante que la capacidad de elaboración de una máquina.

Por lo tanto el efecto de la Ley de Moore debería ser: igual potencia (con soluciones más estables y confiables) a un precio que se reduce a la mitad cada 18 meses. En cambio se siguen inventando complicaciones para “llenar” la potencia de los procesadores y la capacidad de los instrumentos de soporte (memoria, “discos rígidos”, etcétera) cada vez más grandes, con inútiles y fastidiosas “innovaciones” que obligan a continuas “actualizaciones”. No se ve aún el final de esta carrera del absurdo, pero algún día el sentido común deberá prevalecer.

Un paso aun más azaroso es el que lleva a pensar que, como consecuencia de todo esto, el mundo debe moverse cada vez más de prisa. En realidad un poco de aceleración serviría allí donde los servicios mal estructurados hacen perder una infinidad de tiempo. Soy el primero en encontrar insoportable que por una hora de vuelo se deban perder tres en transportes urbanos y esperas en los aeropuertos. Por no hablar de las horribles tecnologías que nos hacen perder tiempo con sistemas telefónicos que funcionan mal, colas inútiles, infinitas incomodidades que podrían ser eliminadas usando los recursos técnicos (y humanos) con un poco de raciocinio. Pero de esto casi nadie se ocupa seriamente. Y mientras tanto todos van con prisa, sin saber dónde o por qué.

La obsesión de la prisa está sobre todo en el trabajo, pero ha invadido también la vida privada. Fast food, fast vacaciones, fast carreras de cualquier cosa... según se ve representado por ahí, parece que hasta el sexo se hubiera vuelto fast, algo a “consumir” con prisa. Parece que el máximo de las ambiciones humanas fuera la eyaculación precoz (esto podría ayudar a explicar por qué tantas mujeres están nerviosas y un poco irritadas en comparación con el universo masculino).

Toda esta prisa ¿es, como se dice, un efecto de la internet? ¿Se debe a que con la red se comunica velozmente, y por lo tanto debemos hacer más rápido todo el resto? Realmente no lo creo. La “máquina de la prisa” si puso en movimiento hace varios años, cuando la internet no existía o la usaban poquísimas personas. Circulaban tontos manualcitos llamados One minute manager, que por algunos meses fueron considerados como evangelios – y después rápidamente olvidados. Pero quedó la superstición de que un buen “manager” debe siempre saber hacer y decidir en un minuto. La consecuencia de esta mentalidad es que muchas decisiones apresuradas crean una infinidad de problemas, por los cuales hay que correr desesperadamente (y perder un montón de tiempo) para tratar de remediarlos.

Creo que ha llegado el momento de detenerse (por más de un minuto) y pensar. Si se quiere llegar de prisa, a menudo es más eficaz buscar con calma un recorrido inteligente que correr quién sabe adónde y sin brújula. También (y especialmente) en la internet, a menudo una intuición veloz puede abreviar un recorrido; pero a esa intuición no se arriba si no se ha construido primero un patrimonio de experiencia y de orientación. La evolución de la red (jamás me cansaré de repetirlo) es biológica. Puede ser veloz, pero tiene tiempos y ritmos que siguen una evolución natural. Los orígenes de lo que hoy es la red son más antiguos que esas técnicas (que de todos modos se remontan a hace treinta años o más). Nacen de conceptos que ya tenían forma hace cincuenta años – o incluso antes. La internet no es una tecnología, es una cultura. Y las culturas humanas no se forman en pocos años. La evolución que puede nacer de los nuevos sistemas de comunicación está aún en sus inicios; podemos discutir si se trata de infancia o adolescencia, pero ciertamente está muy lejos de la madurez.

Para hacer un buen ragú no hace falta un ciclotrón. Bastan utensilios simples; pero hay que darle tiempo, experiencia, inteligencia, atención, sensibilidad y gusto. Las mismas cosas que sirven para comunicar eficazmente – en red como en cualquier otro modo. Con la diferencia de que un discreto ragú se puede comprar ya listo en el supermercado, pero la buena comunicación jamás es “preconfeccionada” o hecha en serie.

Lo que cuenta no es usar tecnologías veloces, sino construir relaciones duraderas. Cosa que hoy podemos hacer mucho más velozmente de cuanto podía un campesino de hace trescientos o tres mil años. Pero se trata de meses o años, no de días o minutos.



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