Libro de Giancarlo Livraghi – El poder de la estupidez

estupidez


Esta no es una recensión, sino un comentario
y un resumen de “algunos fragmentos”
de los primeros diez capitulos del libro
en el blog de Rafael Reig
en “Centro de estudios leterarios Hotel Kafka”
Madrid – 28 octubre 2010




Estupidez y incompetencia


Andaba yo leyendo “El poder de la estupidez” de Giancarlo Livraghi, del que copio algunos fragmentos.

Según Cyril Northcote Parkinson, la ingelitencia es “el ascenso a los puestos de autoridad de personas que sienten celos ingentes del éxito ajeno al par que se caracterizan por la incompetencia”. Según el autor, “reconocemos a la persona ingelitente por la terquedad con la que se esfuerza por expulsar a todos los que son más capaces que él mismo”.

Laurence Peter, efectivamente, en esa línea afirmaba que los miembros de una organización (que se rija por la meritocracia) prosperarán hasta alcanzar su nivel superior de competencia y luego los ascenderán y estabilizarán en un puesto para el cual son incompetentes.

En la actualidad la situación viene a ser peor: promover a un nivel superior a gente que ya era incompetente en la función que ocupaba hasta entonces. A medida que se van produciendo estos cambios, se multiplica la incompetencia (o la ingelitencia) en todos los niveles de la organización; y las personas competentes que aún no han sido elevadas a sus puestos de incompetencia deben lidiar con el obstáculo que suponen quienes ya los ocupan.

Se asciende a quien por la protección de un poder oligárquico, una apariencia superficial, intrigas y otras razones que tienen poco (o nada) que ver con la competencia. Y también se fomenta la incompetencia con el dominio apabullante de la manipulación financiera, que recompensa las tretas astutas, así como los golpes de suerte de quien está en lo alto de la ola justo cuando la bolsa da un salto hacia arriba dentro de los juegos de azar a gran escala.

Los resultados son bastantes desazonadores para aquellos a quienes les queda la tarea de recoger los pedazos del huevo roto y recomponerlo. Pero entre tanto, es fácil que los que han ganado en la lotería (cuando no se limitan a huir con el dinero) obtenga un ascenso para los que ni de lejos alcanza su verdadera capacidad de gestionar un negocio o conseguir resultados en el mercado real.

Para resolver los problemas de incompetencia en los niveles altos, algunos consultores sugieren realizar maniobras como “sublimación percusiva” o “arabesco lateral”, cabe reducirlas a una vieja noción definida con más claridad en latín: promoveatur ut amoveatur. O sea, desplazar (hacia arriba o hacia un lado) a los incompetentes situados en lo alto de la jerarquía (incluso en lo más alto) de modo que ocupen lugares de mera apariencia y que la gestión real quede en manos de quienes no han sido ascendidos aún por encima de su nivel de competencia.

Pero esta clase de recursos es solo una de las varias razones por las que es habitual encontrar a personas estúpidas en cargos de importancia y “muy visibles”.

La apariencia es más importante que la sustancia; la competencia no importa; todo el juego pasa por esforzarse en mantenerse a flote en aguas turbias.

Con razón, Carlo M. Cipolla aludía a la conducta estúpida como más peligrosa que los daños causados intencionadamente.

Y una tal Avital Ronell, autora de Stupidity, ya advertía que “ligada en lo esencial a lo infatigable, la estupidez también es lo que cansa al conocimiento y desgasta a la historia (...) Ni patología ni síntoma como tal de una deficiencia moral, la estupidez, sin embargo, se relaciona con los fallos más peligrosos de la conducta humana”.

“Lolailo”  



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