En memoria de Peter Blake

Giancarlo Livraghi – 15 diciembre 2001


Peter Blake


El 6 de diciembre de 2001 en Macapá, en la desembocadura del Amazonas, fue asesinado Peter Blake. Famoso por sus victorias en la Copa América, no fue sólo un campeón de regatas.

Sabía ir por el mar verdadero, navegar en el océano. También tenía otras cualidades humanas, incluida una atención apasionada a los problemas ambientales.

Si le recuerdo aquí no es sólo porque, en mi humilde experiencia del mar y la navegación, admiro sus cualidades. Pero también porque de ese trágico episodio se pueden sacar dos consideraciones relacionadas con mis libros y artículos sobre comunicación y estrategia de empresa – y el poder de la estupidez.




Los piratas no son sólo un legendario recuerdo del pasado. Todavía existen (y no sólo en mares lejanos). No son románticos y brillantes aventureros de fortuna. Son criminales miserables, asesinos brutales.

Es razonable hablar de piratería aérea cuando se atraca o secuestra un avión en lugar de una nave o un barco. La analogía puede ser correcta incluso cuando se asalta a punta de pistola un medio de transporte terrestre. En cualquier otro contexto utilizar términos como “pirata” y “piratería” no es sólo un abuso lingüístico obsceno (y un terrible insulto para las víctimas). Es una estafa.

Ya es hora de dejar, de una vez por todas, de llamar “pirata” a quien usa o comparte música, entretenimiento o software para lo que no pagó alguna licencia a alguna gigantesca empresa – o a un corrupto monstruo burocrático. Y es hora de eliminar el grotesco error jurídico por lo cual un fallo en un contrato privado (esencialmente ilegal porque incorrectamente impuesto y no negociado correctamente) debe ser juzgado penalmente igual que un homicidio. Esta es una de muchas situaciones en que las normas internacionales son muy cuestionables y las italianas aún peores.




Otra consideración importante es la lección que viene de las victorias del equipo neozelandés en la Copa América.

Sus barcos eran claramente invencibles. No sólo por la calidad técnica y el rendimiento, pero también y sobre todo por la capacidad de la tripulación. Un conjunto armónico en el que todos sabían todo, en el que los que habían planeado cada detalle del instrumento técnico estaban en armonía con los que lo podían utilizar, desde el comienzo del proyecto. Un “círculo virtuoso” casi infalible.

Esa preciosa armonía habría desaparecido de todas maneras, incluso sin la trágica muerte de Peter Blake, porque los equipos que competían ya la estaban rompiendo (en mayoría con ofertas de dinero para ganarse a alguno de sus componentes).

De estas situaciones está repleta la historia de las organizaciones. No sólo en el deporte o la exploración, sino también en todo tipo de actividades humanas.

Cuando nacen “circuitos de calidad” con características únicas se logran resultados extraordinarios. Pero no siempre tienen la posibilidad de sobrevivir.

Con la actual tendencia constante a las fusiones, adquisiciones, reformas y demoliciones, los recursos humanos son a menudo dispersos, perdidos o menospreciados. El resultado es un deterioro general de calidad, un predominio constante de estrategias a corto plazo, una dispersión imperdonable de talento y experiencia.

Si se trata de un problema en todas las actividades humanas (económicas o no) lo es aún más en un mundo en turbulenta evolución, como la tecnología y los sistemas de comunicación.

 



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